Yo viajo todos los días. Instalada en el más común de los lugares comunes, puedo decir que lo hago cada noche al tomar mi libro y convertirme, al menos por unos minutos, en otra. Disfrazada he descubierto rincones de ciudades que mis ojos no han visto, desde Alifbay hasta Zemrude. He caminado con Auster por las calles de Nueva York, me he maravillado con los relatos de los habitantes de Comala, he volado con El Principito de planeta en planeta y he corrido sin cansarme la larguísima distancia que hay entre la Tierra de Nunca Jamás y el País de las Maravillas.
Además de la sonrisa de mi madre, no hay nada que atesore más que esos recorridos. Es por eso que decidí dedicar este espacio a ellos, en un intento por compartir aquello que, de cierto modo, le da sentido a mi vida. Bienvenidos. Estoy segura que siempre habrá alguien dispuesto a empacar sus maletas y emprender el viaje conmigo.

9.24.2008

En Alifbay había una ciudad tan triste que sus habitantes olvidaron su nombre. Todos vivían hundidos en la tristeza, la cual incluso se producía en fábricas con grandes chimeneas humeantes al norte del poblado. Sólo la familia del cuenta cuentos Rashid Khalifa, el Shah de Blah, conservaba una chispa de felicidad. Hasta que un día su hijo Haroun escuchó una pregunta que lo arruinó todo: ¿De qué sirven todas esas historias que ni siquiera son ciertas?

“Haroun y el mar de historias” es un libro para niños no tan niños. Al estilo de “Alicia en el país de las maravillas”, o incluso de “Harry Potter”, se trata de un relato que rompe esquemas. En él, Rushdie cuenta las aventuras fantásticas que vive Haroun en Kahani, un satélite de la Tierra cuya órbita está controlada por un “proceso demasiado complicado de explicar”. Una parte de él, Chup, está en perpetua oscuridad y en la otra, Gup, siempre hay luz del día. Pero lo mejor de Kahani está en el extremo sur: una fuente de donde brotan todos los cuentos que se han contado en la historia del universo. La misión de Haroun es justamente impedir el bloqueo de esa fuente que, entre otras bondades, dota de inspiración a su padre. Con la ayuda de algunos personajes extraordinarios, se enfrenta a los chupwalas, los oscuros guardianes del silencio.

Debo hacer una confesión: con muy valiosas excepciones, yo no disfruto particularmente los cuentos para niños. Pero con éste me pasó algo extraño. Cada vez que el argumento empezaba a cansarme, Rushdie me sonreía con alguna referencia a los Beatles, a “El señor de los anillos”, a “El mago de Oz” y a “Las mil y una noches”. Y yo le devolvía la sonrisa.

9.17.2008

Sir Ahmed Salman Rushdie nació en Mumbai, India, en 1947. En 1975 publicó su primera novela, "Grimus", y a partir de entonces no ha dejado de maravillar a sus lectores. Aunque durante sus primeros años su trabajo estuvo centrado en el subcontinente indio, Occidente no tardó en comenzar a cautivarlo. Dejó la India en 1961 para estudiar en el Reino Unido.

El 26 de septiembre de 1988, día de publicación de “Los versos satánicos”, su vida cambió radicalmente. La novela generó una gran polémica y, más allá de ello, desató la furia de algunos grupos fundamentalistas islámicos. Bastaron pocos meses para que el libro fuera censurado en la India, Bangladesh, Sudan, Sudáfrica, Sri Lanka, Kenya, Tailandia, Tanzania, Indonesia, Singapur y Venezuela.

En los Estados Unidos e Inglaterra hubo decenas de amenazas de bomba para las librerías que tenían a la venta el controversial libro, algunas de las cuales fueron cumplidas. El 14 de febrero de 1989 el Ayatolá Ruhollah Jomeiní, máximo líder religioso de Irán, emitió una fatwa (el edicto religioso más alto para los musulmanes) que ordenaba el asesinato de Rushdie y de todo aquel editor que osara publicarlo. De manera particular, Jomeiní acusó al escritor de blasfemia contra el Islam y del pecado de apostasía o abandono de la fe islámica. Diez días más tarde, el Ayatolá ofreció una recompensa de tres millones de dólares estadounidenses para quien lograra asesinarlo.

Lamentablemente, fueron muchos los que decidieron seguir este mandato, y en el transcurso de aquellos años los traductores de Rushdie al japonés, al italiano y al noruego fueron atacados de manera brutal (el japonés incluso fue asesinado). El músico Yusuf Islam (antes Cat Stevens) se expresó públicamente a favor de la fatwa.

Salman Rushdie aprendió a callar. Aprendió a vivir bajo vigilancia constante, a mudarse varias veces al año y a perderse en plazas y jardines. Bajo la protección del gobierno británico, en 1991 publicó un ensayo, “De buena fe”, en el que afirmó su respeto por el Islam que intentaba calmar la rabia de sus críticos.

Tuvieron que pasar casi diez años para que, en un contexto de resarcimiento de las relaciones diplomáticas entre el Reino Unido e Irán, el gobierno iraní se comprometiera públicamente a no incentivar al asesinato del escritor. Poco después Rushdie declaró que no es practicante del Islam ni de ninguna otra religión y que se arrepentía de haber asegurado que lo era, orillado por el miedo, algunos años atrás. Fue entonces cuando decidió dejar de vivir oculto.

Hoy Salman Rushdie está más vivo que nunca. Después del largo episodio de “Los versos satánicos” vinieron mucho más libros: “El último suspiro del moro” (una de mis novelas favoritas), “Haroun y el mar de historias”, “La tierra bajo sus pies” o “Shalimar, el payaso” son algunos de ellas. Volvió a casarse y a divorciarse dos veces más, mujeres hermosas e hijos incluidos.

Originalmente, hoy tenía intención de contarles sobre el viaje que recientemente hice con Haroun, pero no podía dejar pasar la oportunidad de hablar sobre un hombre que vive para demostrar que los escritores son la especie más difícil de silenciar.

9.15.2008

Un ex vendedor de seguros diagnosticado con cáncer de pulmón que encuentra en Brooklyn el sitio ideal para morir serenamente. Su sobrino, un joven profundamente desencantado con la vida. Una niña –familiar de ambos- que toca la puerta una mañana de domingo. Las posibles respuestas que ésta se niega a pronunciar. Un viejo vendedor de libros homosexual con un pasado de esplendor y engaño.

“The Brooklyn Follies”, de Paul Auster (Nueva Jersey, 1947-¿?) se centra en la visión personal del narrador, Nathan Glass, quien a su vez va involucrándose con un cúmulo de personajes fascinantes que tienen sus propias historias que contar. Estas historias, junto con otras de las que ha sido testigo a lo largo de su vida, son el objeto del libro que Nathan se da a la tarea de escribir, “El libro del desvarío humano”. Es así como el célebre escritor estadounidense entreteje magistralmente los infortunios de seres que, irónicamente, terminan salvándose entre ellos.

Cuando, en las últimas páginas, el autor narra el trágico derrumbe de las torres gemelas, la novela se transforma súbitamente en una elegía, en un himno a una forma de vivir que, en ese momento, despareció irreversiblemente de la faz de la Tierra. Como un siniestro guiño al lector, Auster corta de tajo con el optimismo con que parece que la historia va a terminar. La amarga cereza de un pastel que acaso se antojaba demasiado dulce.

Quien lo tome entre sus manos encontrará que éste es uno de esos libros que no pueden soltarse. Cada página está colmada de amores platónicos y reales, de vidas que empiezan y que terminan, de hombres con pasados luminosos, oscuros o simplemente mediocres. Una novela repleta de personajes que uno podría encontrar fácilmente entre sus amigos o conocidos: un espejo para quién lo lee, como sólo lo son las grandes novelas.

“The Brooklyn Follies” es un libro centrado en lo accidental, sin más eje conductor que la contingencia propia de la naturaleza humana. Auster se empeña en mostrar hasta qué punto la casualidad determina los vericuetos de nuestra existencia, y moldea también de qué manera afrontamos la muerte.