Yo viajo todos los días. Instalada en el más común de los lugares comunes, puedo decir que lo hago cada noche al tomar mi libro y convertirme, al menos por unos minutos, en otra. Disfrazada he descubierto rincones de ciudades que mis ojos no han visto, desde Alifbay hasta Zemrude. He caminado con Auster por las calles de Nueva York, me he maravillado con los relatos de los habitantes de Comala, he volado con El Principito de planeta en planeta y he corrido sin cansarme la larguísima distancia que hay entre la Tierra de Nunca Jamás y el País de las Maravillas.
Además de la sonrisa de mi madre, no hay nada que atesore más que esos recorridos. Es por eso que decidí dedicar este espacio a ellos, en un intento por compartir aquello que, de cierto modo, le da sentido a mi vida. Bienvenidos. Estoy segura que siempre habrá alguien dispuesto a empacar sus maletas y emprender el viaje conmigo.

11.20.2008

Me inspiraría en la física cuántica (la ciencia de las probabilidades)

Partiría en un largo viaje. Se lo explicaría todo a mi padre. Él intentaría detenerme. Partiría. / Buscaría amores poco serios. Tiempo después, los abandonaría. / Reconocería mi egoísmo con descaro. Algunos lo aplaudirían. Un puñado de hipócritas me mirarían alarmados. / Criticaría a Dios abiertamente, pero intentaría pactar con Él una tregua. Me detendría a observarlo todo con más cuidado, acaso notaría equilibrio en algunas cosas. Exasperada de mi vida, me disfrazaría del vecino bigotón, del acróbata mudo, de la más enamorada de las colegialas, del señor que vende cacahuates japoneses. Adoptaría nuevas costumbres. Otro corazón me palpitaría. A ese otro ritmo perdonaría a mis padres. Dictaría testamento. MUTIS.
-IZM
(La imagen viene de http://www.threadless.com/)

11.05.2008

Kenzaburo Oé (1935) nació en la isla de Shikoku, en Japón. Estudió Literatura francesa en Tokio, y a partir de entonces ha dedicado su vida a la creación literaria. Su vida y su obra, como la de muchos otros japoneses de su tiempo, estuvieron marcadas por el fin de la Segunda Guerra Mundial y el brusco derrumbamiento de su país. Acaso es por esto que su literatura trata precisamente sobre la pérdida y la condición de desamparo que ésta genera en el hombre moderno. Los libros de Oé están unidos a su vida de una manera que ocurre con pocos escritores. En ellos habitan seres monstruosos, bandas de matones que atacan por el gusto de hacerlo y solemnes individuos que vomitan estrepitosamente en medio de una importante reunión de trabajo. Con el horror como columna vertebral, en “Una cuestión personal” Oé nos ofrece una muestra de lo que él mismo vivió con el nacimiento de su hijo Hikari, que nació con problemas de autismo, deficiencia visual, epilepsia y una limitada capacidad de coordinación física. Hoy en día es un músico de gran renombre.

Revisando la biblioteca de mi mamá encontramos varios libros de este japonés de nombre melodioso, pero en su momento no me llamaron la atención y no me llevé ninguno a casa. Pocos meses después “Una cuestión personal” llegó a mi buró, inoportuno e insistente como lo son solamente las grandes obras.

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“Una cuestión personal” es un libro provocador hasta el extremo. Cuenta la historia de Bird, un joven profesor de inglés obsesionado con viajar a África cuya mujer da a luz a un bebé con una extraña deformación craneal. La breve novela empieza con el nacimiento de el monstruo, como lo llama varias veces su padre, y narra el escalofriante camino hacia la aceptación de su infortunio. Durante tres días y sus noches Bird huye hacia el interior de sí mismo, en un descenso profundo a los infiernos de su desgracia. Sus compañeros: sexo, alcohol, violencia y Himiko –“criatura que ve el fuego”- , una misteriosa amiga que decide emprender el viaje con él. La travesía resulta intensa y accidentada, pero corta: tras varios días de desear la muerte de su hijo y de esperar –inclusive en sueños- la llamada del médico que la confirme, un Bird exhausto y demacrado toma la decisión de resolver el asunto por sí mismo. Contar lo que sucede después sería revelar demasiado.

La historia de Bird nos dice mucho sobre la debilidad humana ante la desgracia, y también sobre su contra cara: la grandeza de espíritu que suelen mostrar quienes son tocados por ella. Para Bird, su hijo es su espejo: el bebé cuya cabeza deforme le recuerda su propia deformidad moral, y también la posibilidad luminosa de vencerla.