Yo viajo todos los días. Instalada en el más común de los lugares comunes, puedo decir que lo hago cada noche al tomar mi libro y convertirme, al menos por unos minutos, en otra. Disfrazada he descubierto rincones de ciudades que mis ojos no han visto, desde Alifbay hasta Zemrude. He caminado con Auster por las calles de Nueva York, me he maravillado con los relatos de los habitantes de Comala, he volado con El Principito de planeta en planeta y he corrido sin cansarme la larguísima distancia que hay entre la Tierra de Nunca Jamás y el País de las Maravillas.
Además de la sonrisa de mi madre, no hay nada que atesore más que esos recorridos. Es por eso que decidí dedicar este espacio a ellos, en un intento por compartir aquello que, de cierto modo, le da sentido a mi vida. Bienvenidos. Estoy segura que siempre habrá alguien dispuesto a empacar sus maletas y emprender el viaje conmigo.

12.15.2008

The meaning of it all

Feynman's last board at Caltech

¿Han escuchado hablar de Richard Feynman? Por si no, les cuento algo de él antes de reseñar el libro que recién abandonó mi buró:

Richard P. Feynman (Nueva York, 1918-Los Angeles, 1988) fue un famoso físico estadounidense. A lo largo de su vida, su labor científica fue destacada y variadísimo: desde su trabajo en electrodinámica cuántica (que lo hizo ganar Premio Nobel de Física en 1965) hasta su participación en el Proyecto Manhattan, pasando por sus contribuciones a la computación cuántica y los primeros desarrollos de nanotecnología. Fuera de sus logros académicos, que no fueron pocos, uno de los factores que dio renombre a Feynman fue su gran sentido del humor y su extraordinaria capacidad de poner la ciencia en palabras claras, informales y divertidas. Además de su notable habilidad para la divulgación científica, Feynman se convirtió en una figura popular (bastante raro para un científico) por ser un profesor querido y admirado y un talentoso músico amateur.

Entre las muchas pláticas y conferencias que impartió a lo largo de su vida, en 1963 Feynman fue invitado a dar la serie de conferencias "John Danz" a la Universidad de Washington, que en conjunto se titularon "A Scientist Looks at Society". Éstas están publicadas en el libro "The Meaning of it all", que terminé hoy por mañana y que recomiendo ampliamente a todo aquel espíritu con curiosidad científica.

En la primera conferencia, "The Uncertainty of Science", Feynman profundiza en los distintos significados del término ciencia (ciencia como método, ciencia como cuerpo de conocimiento y ciencia como tecnología) y del importantísimo papel que juega la duda en dichos significados. La ciencia, señala el autor, es el poder para hacer algo, y el producto de este poder no puede ser considerado bueno ni malo por sí mismo, si no por el uso que se le dé (lo cual queda enteramente en manos del hombre).´"The Uncertainty of Values" es el título de la segunda conferencia, mi favorita. En ella, Feynman reflexiona sobre la relación entre religión (más particularmente la dimensión moral de ésta) y ciencia. ¿Por qué un científico encuentra difícil tener creencias religiosas tradicionales? ¿Qué es aquello que la ciencia aporta a la vida de las personas que les impide creer en dios? Lo que ocurre, según el autor, es que cuando el estudiante de Ciencia entra a la universidad, ciertos conocimientos (el tamaño del universo, por ejemplo) suelen tener un fuerte impacto sobre sus ideas religiosas. En la tercera conferencia, "This Unscientific Age", Feynman retoma ciertos temas que llaman su atención y habla sobre ellos de una manera informal y agradablemente desordenada. Él mismo lo advierte en un principio: esta conferencia está dedicada a mostar cuán ridículas pueden ser las conclusiones de un científico.

A pesar de que este libro no ha recibido las mejores críticas (acaso se pierde mucho de la voz al papel), en lo personal me dejó más de una idea dando vueltas en la cabeza. Me gustó particulamente la insistencia con que nos advierte sobre los peligros del absolutismo, tanto en términos científicos como políticos o religiosos. Como buen liberal, Feynman enfatiza que el Estado no puede ni debe interferir de ningún modo con la investigación científica, con la determinación del valor artístico de ciertas obras ni con la validez de doctrinas históricas o filosóficas. Por si esto fuera poco, Feynman tiene el gran mérito de comunicar ideas "científicas" a personas que, como yo, no les es fácil adentrarse en ellas. Estoy segura de que este libro les dará, al menos, material para quedarse pensando toda una tarde junto a una taza de té verde con jazmín como la que me estoy tomando en este momento.

11.20.2008

Me inspiraría en la física cuántica (la ciencia de las probabilidades)

Partiría en un largo viaje. Se lo explicaría todo a mi padre. Él intentaría detenerme. Partiría. / Buscaría amores poco serios. Tiempo después, los abandonaría. / Reconocería mi egoísmo con descaro. Algunos lo aplaudirían. Un puñado de hipócritas me mirarían alarmados. / Criticaría a Dios abiertamente, pero intentaría pactar con Él una tregua. Me detendría a observarlo todo con más cuidado, acaso notaría equilibrio en algunas cosas. Exasperada de mi vida, me disfrazaría del vecino bigotón, del acróbata mudo, de la más enamorada de las colegialas, del señor que vende cacahuates japoneses. Adoptaría nuevas costumbres. Otro corazón me palpitaría. A ese otro ritmo perdonaría a mis padres. Dictaría testamento. MUTIS.
-IZM
(La imagen viene de http://www.threadless.com/)

11.05.2008

Kenzaburo Oé (1935) nació en la isla de Shikoku, en Japón. Estudió Literatura francesa en Tokio, y a partir de entonces ha dedicado su vida a la creación literaria. Su vida y su obra, como la de muchos otros japoneses de su tiempo, estuvieron marcadas por el fin de la Segunda Guerra Mundial y el brusco derrumbamiento de su país. Acaso es por esto que su literatura trata precisamente sobre la pérdida y la condición de desamparo que ésta genera en el hombre moderno. Los libros de Oé están unidos a su vida de una manera que ocurre con pocos escritores. En ellos habitan seres monstruosos, bandas de matones que atacan por el gusto de hacerlo y solemnes individuos que vomitan estrepitosamente en medio de una importante reunión de trabajo. Con el horror como columna vertebral, en “Una cuestión personal” Oé nos ofrece una muestra de lo que él mismo vivió con el nacimiento de su hijo Hikari, que nació con problemas de autismo, deficiencia visual, epilepsia y una limitada capacidad de coordinación física. Hoy en día es un músico de gran renombre.

Revisando la biblioteca de mi mamá encontramos varios libros de este japonés de nombre melodioso, pero en su momento no me llamaron la atención y no me llevé ninguno a casa. Pocos meses después “Una cuestión personal” llegó a mi buró, inoportuno e insistente como lo son solamente las grandes obras.

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“Una cuestión personal” es un libro provocador hasta el extremo. Cuenta la historia de Bird, un joven profesor de inglés obsesionado con viajar a África cuya mujer da a luz a un bebé con una extraña deformación craneal. La breve novela empieza con el nacimiento de el monstruo, como lo llama varias veces su padre, y narra el escalofriante camino hacia la aceptación de su infortunio. Durante tres días y sus noches Bird huye hacia el interior de sí mismo, en un descenso profundo a los infiernos de su desgracia. Sus compañeros: sexo, alcohol, violencia y Himiko –“criatura que ve el fuego”- , una misteriosa amiga que decide emprender el viaje con él. La travesía resulta intensa y accidentada, pero corta: tras varios días de desear la muerte de su hijo y de esperar –inclusive en sueños- la llamada del médico que la confirme, un Bird exhausto y demacrado toma la decisión de resolver el asunto por sí mismo. Contar lo que sucede después sería revelar demasiado.

La historia de Bird nos dice mucho sobre la debilidad humana ante la desgracia, y también sobre su contra cara: la grandeza de espíritu que suelen mostrar quienes son tocados por ella. Para Bird, su hijo es su espejo: el bebé cuya cabeza deforme le recuerda su propia deformidad moral, y también la posibilidad luminosa de vencerla.

10.25.2008

Crónica del pescador de la Avenida Marginal

Cómo se te ocurre querer ser feliz conmigo, nadie es feliz conmigo, soy un aburrido. No me gusta convivir, no me gusta salir, no me gusta el cine, no me gusta la playa, ni siquiera me gusta cenar fuera, me gusta quedarme en mi rincón y que no hablen conmigo. ¿Qué rayos de felicidad podría darte? ¿Que te quedaras también en un rincón, aburriéndote? Además no me fijo en las fechas: en tu cumpleaños, en el mío, en el día en que nos conocimos y por lo tanto no regalo flores, no doy besos, no doy abrazos, no celebro nada, no te dejo con lágrimas en los ojos, conmovida, poniendo rosas en los jarrones. Me gusta pescar. Los viernes por la noche me voy con los aparejos a la Marginal y me quedo allí hasta la madrugada. Y los sábados. Y los domingos. No me importan los faros de los coches. No me importa el olor del río. Creo que no me importan los peces. Pensándolo bien, tal vez ni me guste pescar: me gusta sentarme en la muralla a ver las luces de Almada que se reflejan temblando en el agua negra. ¿Cómo podían interesarte las luces temblorosas de Almada? Me hacen recordar a los ojos exactamente en el instante de las lágrimas, que vacilan. Tal vez me interesan las luces porque nunca lloro. Y no entiendo cómo se te ocurre ser feliz conmigo. Trabajamos en el mismo sitio. Me ves todos los días. Almorzamos con los compañeros en la cantina. Casi nunca hablo. Digo
-Pues sí
de vez en cuando para que no me consideren maleducado. Ceno en casa con mi padre. Mi padre tampoco habla casi nunca: si el silencio se prolonga demasiado tiempo nos decimos
-Pues sí
el uno al otro y seguimos pelando la fruta. Mi padre no se saca la pipa de la boca ni siquiera cuando mastica: se mete la comida por el otro lado de la boca, soltando volutas de humo. Si llegase a morir seguro que no podrían quitársela de la barbilla. Le dije
-No hay quien cierre el ataúd con usted así
a él se le ocurrió que un agujerito en la tapa, junto al crucifijo, resolvía la cuestión, y de tiempo en tiempo una voluta de humo subiría desde la lápida. Sólo tengo que dejarle dos o tres paquetes en los bolsillos para cuando no haya más que ceniza dentro del hornillo. De cualquier manera, el día en que eso ocurra va a temblar en el agua el reflejo de las luces de Almada.
Para ser sincero, creo que no quiero ser feliz contigo por culpa del reflejo. Imagíname, si tú te marchases, sentado en la muralla con los ojos exactamente en el instante de las lágrimas, vacilando: mil veces estar en un rincón y que no hablen conmigo, mil veces la pipa de mi padre
-Pues sí
y yo
-Pues sí
de vuelta. Hay cosas que no se aguantan a partir de cierta edad y yo cumplí cuarenta y tres años en marzo. Cuarenta y tres, aunque uno no lo reconozca, es un montón de años. Se fue mi madre, se fue mi tía por parte de mi madre, que vivía con nosotros, mi hermano, a la semana siguiente de que lo dejara su esposa, se abrazó a un tren en Algés: quedó un zapato, un pedacito de pantalón, el suéter con sangre a veinte metros de la vía, una de las patillas de las gafas. (Era miope, tropezaba con los muebles sin querer). ¿Se habrá abrazado a propósito al tren? Durante semanas, después de eso, la pipa de mi padre más rápida y ninguno de nosotros
-Pues sí
pelando mudos la fruta, con el maldito cuchillo fallando, fallando. Tardó en llegar a cortar el melocotón de nuevo. Tenemos la patilla de las gafas en el cajón de las bombillas fundidas y de las llaves antiguas, que no sé para qué puertas servían. Tal vez se pudiese abrir el
-Pues sí
con ellas y dentro del
-Pues sí
mi hermano que aseguró avanzando hacia el tren
-Ya vuelvo
y volvió hecho pedazos
(algunos pedazos)
con un modelo para armar al que le faltaba la mitad de las piezas, mientras que la pipa seguía echando volutas. Fue el único momento en que me apeteció fumar. Mi cuñada rehizo su vida, desapareció. Vive en España, me contaron, con un empleado bancario. Al volver de pescar no llevo pescados en la cesta, los echo de vuelta al Tajo. Esto antes de la mañana, minutos antes de la mañana, con miedo a que se apaguen las luces de Almada. No me abrazo al tren que va a Lisboa, voy dentro de él con los aparejos a mi lado. Ni un perro en la calle excepto uno de esos cachorros vagabundos que no se interesan por mí, con el hocico a ras de la acera, murmurando. Noto que mi padre se vuelve en la cama. Que el grifo de un primer vecino comienza a gotear, el que se levanta temprano para ir a correr al parque con una expresión al borde del infarto o del orgasmo. Al verme en el espejo, mi expresión cambia en un santiamén como los números de los relojes digitales donde soy un montón de ceros. No creo que seas feliz con un montón de ceros, aburriéndote también en un rincón. Si me preguntas si te quiero te digo que sí. O sea te diría que sí en el caso de que la patilla de las gafas no estuviese en el cajón de las bombillas fundidas y de las llaves antiguas. Pero está. Por tanto, a lo sumo puedo decir
-Pues sí
y pensar en otra cosa. Me da pena. Palabra de honor que me da una pena enorme y el cuchillo, desmañado, vuelve a fallar con el melocotón. Me apetece, fíjate, regalarte flores. No te las regalo. Abrazarte. No te abrazo. Fijarme en las fechas. No me fijo en ellas. Me quedo aquí con las manos sobre las rodillas. Y, como no me gusta salir, si me invitas a tu boda, discúlpame, pero no voy a ir. Participo en el obsequio de los compañeros de trabajo
-Faltas tú, Guedes
y me quedo reflejado en el tablero de agua negra del escritorio, temblando.

- A. Lobo Antunes
Traducción de Mario Merlino
Fotografía de Michelle Furlong

10.20.2008

Yo estoy aquí sin que tú tengas necesidad de estar conmigo,
ni de saberlo, porque tu órbita es única e irrepetible,
y en cambio la mía es sincrónica consigo misma,

y gira y gira hasta el infinito.

"Se está haciendo cada vez más tarde" es un libro escrito por y para la melancolía. “Una pequeña comedia humana de bolsillo”, como la define Tabucchi, se trata de una novela epistolar que, lejos de contar una historia común, hace un recorrido por las pasiones humanas, todas ellas variaciones del tema amoroso. Diecisiete cartas lo componen, todas de hombres a mujeres. A ellas responde, al final, una voz femenina densamente dulce y despiadada.
Para nosotros -afirma Tabucchi- siempre ha sido más fácil comprender el concepto de infinito que el de finito, referido al universo, pero también a otras cosas. Imagínate si un día tú me hubieras dicho: te quiero finitamente, o te lo hubiera dicho yo. Sin duda es difícil imaginar la escena: dos enamorados melosos, recostados desnudos en la cama o en medio de un campo, que se miran a los ojos y aseguran querese finitamente. Dos enamorados concientes de lo pasajero de su amor. Dos enamorados que se saben condenados a la naturaleza finita del enamoramiento, al desamor amargo que aparece al paso de los años, a su piel encendiéndose al roce de una piel deseable por extraña, nueva y diferente. Y no hay escapatoria.
Con esta reflexión como columna vertebral, Tabucchi nos lleva de la mano a través de las zonas más oscuras del alma humana, haciéndonos testigos -incluso cómplices- de la siempre sórdida derrota del amor. Decenas de destinos se cruzan ante los ojos del lector: personas tejen historias, las historias se desgastan con los años y todo vuelve a empezar.

10.11.2008

Página en tu nombre

Tu nombre se puede morder como manzana.
Huele a mango de manila y a naranja china.
Me deja la lengua morada, al igual que el chagalapolin y la escobilla.
Lo trituro y respiro yerbabuena.
Al separarlo estalla una granada.
Crece a la altura de la flor de caña, es la enredadera que sube por la cerca o se extiende a ras de patio, perseguidor de coralillos, sandías y verdolagas.
Si lo agito, escucho el agua que lo llena.
Si se lo doy al loco de la casa, volará a la punta del cerro y lo hará flauta.
Para librarme de la oscuridad lo conservo en un frasco.
Con la luz que despide se ilumina esta página.

- Francisco Hernández

9.24.2008

En Alifbay había una ciudad tan triste que sus habitantes olvidaron su nombre. Todos vivían hundidos en la tristeza, la cual incluso se producía en fábricas con grandes chimeneas humeantes al norte del poblado. Sólo la familia del cuenta cuentos Rashid Khalifa, el Shah de Blah, conservaba una chispa de felicidad. Hasta que un día su hijo Haroun escuchó una pregunta que lo arruinó todo: ¿De qué sirven todas esas historias que ni siquiera son ciertas?

“Haroun y el mar de historias” es un libro para niños no tan niños. Al estilo de “Alicia en el país de las maravillas”, o incluso de “Harry Potter”, se trata de un relato que rompe esquemas. En él, Rushdie cuenta las aventuras fantásticas que vive Haroun en Kahani, un satélite de la Tierra cuya órbita está controlada por un “proceso demasiado complicado de explicar”. Una parte de él, Chup, está en perpetua oscuridad y en la otra, Gup, siempre hay luz del día. Pero lo mejor de Kahani está en el extremo sur: una fuente de donde brotan todos los cuentos que se han contado en la historia del universo. La misión de Haroun es justamente impedir el bloqueo de esa fuente que, entre otras bondades, dota de inspiración a su padre. Con la ayuda de algunos personajes extraordinarios, se enfrenta a los chupwalas, los oscuros guardianes del silencio.

Debo hacer una confesión: con muy valiosas excepciones, yo no disfruto particularmente los cuentos para niños. Pero con éste me pasó algo extraño. Cada vez que el argumento empezaba a cansarme, Rushdie me sonreía con alguna referencia a los Beatles, a “El señor de los anillos”, a “El mago de Oz” y a “Las mil y una noches”. Y yo le devolvía la sonrisa.

9.17.2008

Sir Ahmed Salman Rushdie nació en Mumbai, India, en 1947. En 1975 publicó su primera novela, "Grimus", y a partir de entonces no ha dejado de maravillar a sus lectores. Aunque durante sus primeros años su trabajo estuvo centrado en el subcontinente indio, Occidente no tardó en comenzar a cautivarlo. Dejó la India en 1961 para estudiar en el Reino Unido.

El 26 de septiembre de 1988, día de publicación de “Los versos satánicos”, su vida cambió radicalmente. La novela generó una gran polémica y, más allá de ello, desató la furia de algunos grupos fundamentalistas islámicos. Bastaron pocos meses para que el libro fuera censurado en la India, Bangladesh, Sudan, Sudáfrica, Sri Lanka, Kenya, Tailandia, Tanzania, Indonesia, Singapur y Venezuela.

En los Estados Unidos e Inglaterra hubo decenas de amenazas de bomba para las librerías que tenían a la venta el controversial libro, algunas de las cuales fueron cumplidas. El 14 de febrero de 1989 el Ayatolá Ruhollah Jomeiní, máximo líder religioso de Irán, emitió una fatwa (el edicto religioso más alto para los musulmanes) que ordenaba el asesinato de Rushdie y de todo aquel editor que osara publicarlo. De manera particular, Jomeiní acusó al escritor de blasfemia contra el Islam y del pecado de apostasía o abandono de la fe islámica. Diez días más tarde, el Ayatolá ofreció una recompensa de tres millones de dólares estadounidenses para quien lograra asesinarlo.

Lamentablemente, fueron muchos los que decidieron seguir este mandato, y en el transcurso de aquellos años los traductores de Rushdie al japonés, al italiano y al noruego fueron atacados de manera brutal (el japonés incluso fue asesinado). El músico Yusuf Islam (antes Cat Stevens) se expresó públicamente a favor de la fatwa.

Salman Rushdie aprendió a callar. Aprendió a vivir bajo vigilancia constante, a mudarse varias veces al año y a perderse en plazas y jardines. Bajo la protección del gobierno británico, en 1991 publicó un ensayo, “De buena fe”, en el que afirmó su respeto por el Islam que intentaba calmar la rabia de sus críticos.

Tuvieron que pasar casi diez años para que, en un contexto de resarcimiento de las relaciones diplomáticas entre el Reino Unido e Irán, el gobierno iraní se comprometiera públicamente a no incentivar al asesinato del escritor. Poco después Rushdie declaró que no es practicante del Islam ni de ninguna otra religión y que se arrepentía de haber asegurado que lo era, orillado por el miedo, algunos años atrás. Fue entonces cuando decidió dejar de vivir oculto.

Hoy Salman Rushdie está más vivo que nunca. Después del largo episodio de “Los versos satánicos” vinieron mucho más libros: “El último suspiro del moro” (una de mis novelas favoritas), “Haroun y el mar de historias”, “La tierra bajo sus pies” o “Shalimar, el payaso” son algunos de ellas. Volvió a casarse y a divorciarse dos veces más, mujeres hermosas e hijos incluidos.

Originalmente, hoy tenía intención de contarles sobre el viaje que recientemente hice con Haroun, pero no podía dejar pasar la oportunidad de hablar sobre un hombre que vive para demostrar que los escritores son la especie más difícil de silenciar.

9.15.2008

Un ex vendedor de seguros diagnosticado con cáncer de pulmón que encuentra en Brooklyn el sitio ideal para morir serenamente. Su sobrino, un joven profundamente desencantado con la vida. Una niña –familiar de ambos- que toca la puerta una mañana de domingo. Las posibles respuestas que ésta se niega a pronunciar. Un viejo vendedor de libros homosexual con un pasado de esplendor y engaño.

“The Brooklyn Follies”, de Paul Auster (Nueva Jersey, 1947-¿?) se centra en la visión personal del narrador, Nathan Glass, quien a su vez va involucrándose con un cúmulo de personajes fascinantes que tienen sus propias historias que contar. Estas historias, junto con otras de las que ha sido testigo a lo largo de su vida, son el objeto del libro que Nathan se da a la tarea de escribir, “El libro del desvarío humano”. Es así como el célebre escritor estadounidense entreteje magistralmente los infortunios de seres que, irónicamente, terminan salvándose entre ellos.

Cuando, en las últimas páginas, el autor narra el trágico derrumbe de las torres gemelas, la novela se transforma súbitamente en una elegía, en un himno a una forma de vivir que, en ese momento, despareció irreversiblemente de la faz de la Tierra. Como un siniestro guiño al lector, Auster corta de tajo con el optimismo con que parece que la historia va a terminar. La amarga cereza de un pastel que acaso se antojaba demasiado dulce.

Quien lo tome entre sus manos encontrará que éste es uno de esos libros que no pueden soltarse. Cada página está colmada de amores platónicos y reales, de vidas que empiezan y que terminan, de hombres con pasados luminosos, oscuros o simplemente mediocres. Una novela repleta de personajes que uno podría encontrar fácilmente entre sus amigos o conocidos: un espejo para quién lo lee, como sólo lo son las grandes novelas.

“The Brooklyn Follies” es un libro centrado en lo accidental, sin más eje conductor que la contingencia propia de la naturaleza humana. Auster se empeña en mostrar hasta qué punto la casualidad determina los vericuetos de nuestra existencia, y moldea también de qué manera afrontamos la muerte.